Un blog de Inspectores de Hacienda del Estado (IHE)

Administración Tributaria Fiscalidad

Inspectores de Hacienda y la Asociación (III)

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Inspectores de Hacienda

Escribo estas líneas a escasos días de que mi hija Sandra se incorpore a la Escuela de la Hacienda Pública para realizar el curso selectivo que le permitirá seguir el mismo camino profesional que, hace ya tiempo, comencé a recorrer yo. Es un buen momento para echar la vista atrás sobre algunas cuestiones de mi viaje administrativo y comentar ciertas curiosidades que rondan por mi cabeza sobre nuestra Asociación.

Siempre he pensado que he tenido mucha suerte con los compañeros que he conocido en ese trajinar. Grandes profesionales, extraordinariamente formados, de los que he aprendido y sigo aprendiendo lecciones, de trabajo y de vida, pero que son mejores personas aún. Desde los compañeros de la Escuela, pasando por aquellos que he conocido en los distintos destinos en los que he tenido la suerte de prestar servicio; siempre he tenido un buen grupo de compañeros que han generado ambiente de trabajo interesante y estimulante, a pesar de las exigencias y tensiones puntuales que genera un trabajo desafiante, con sus momentos de agobio, pero siempre con un “final feliz”, gracias a las distintas personas con las que he tenido la suerte de coincidir.

No es casualidad por ello que, aunque nos veamos poco en temporadas, hablemos más o menos, para mí, todos ellos no son compañeros, sino amigos muy queridos. Sería imposible mencionarlos a todos, pues son legión. Aunque no hace falta mencionarlo, también ha habido personas que me han defraudado, poco o mucho, más que por su poca diligencia y eficacia en el trabajo, que no suele afectarme directamente, por fallos en su carácter y calidad personal; pero, ya digo, son los menos. Para mí, esas motas de polvo no pueden empañar la cantidad de estupendas personas, grandes profesionales, con los que he topado en mi devenir laboral y que son amplia mayoría.

Decía que he tenido suerte, pero considerando todos los destinos y personas con los que me he cruzado, creo que no puede haber sido solo suerte. Simplemente es la frecuencia con la que se da entre nuestros compañeros la alta especialización y la vocación de servicio público, no dudo que ayuda pasar por un proceso selectivo tremendamente exigente que atrae exclusivamente a quienes están dispuestos a sacrificar años de su juventud y derrochar esfuerzos y que, además, han visto premiado ese “Everest” con el triunfo de “hacer cima”, lo que me hace pensar que, no solo donde he trabajado, sino en cualquier sitio de nuestra geografía patria donde hubiera aterrizado, me habría topado con otro grupo comparable de excelentes compañeros al servicio de la Hacienda Pública que hoy serían amigos.

Si alguna duda me quedara, hace ya bastantes años que colaboro en la preparación de opositores, y aunque se han quedado en el camino otros que sin duda hubieran sido estupendos compañeros, los que han visto culminado su esfuerzo con la superación de la oposición no solo es que hayan sido merecedores de ello, sino que refuerza mi idea sobre la extraordinaria calidad de la cantera que se viene incorporando.

No puedo dejar de notar que, sin embargo, frecuentemente los funcionarios de la Hacienda Pública, particularmente los Inspectores, somos blanco de aceradas críticas por nuestro trabajo. Parece como si, caprichosamente, quisiéramos inventar deudas tributarias a los pobres contribuyentes que pasan por nuestras manos; como si aplicáramos toda nuestra preparación solo para “hacer mal por hacer mal”. No hay más que asistir al público escarnio que de las “tropas” de la Hacienda Pública se hace en un documental sobre un deudor que, en el curso de sus impugnaciones contra las deudas, ha visto satisfecha su pretensión anulatoria, por la razón que sea, de fondo o de forma, y ahora se muestra como la pobre víctima de un leviatán deshumanizado que le ha pretendido arruinar la vida sin motivo alguno. No, no voy a mencionar el nombre del documental, quien quiera lo encontrará seguro, pero, aunque yo desconozco los hechos, me cuesta mucho creer que se aproxime, siquiera mínimamente, a la realidad lo que allí se cuenta.

Quizá, porque pagar impuestos no nos gusta a nadie, no se crean, ni siquiera a los Inspectores de Hacienda; quizá porque los personajes públicos suelen ganar bastante dinero, lo que les lleva a chocar frecuentemente con la Hacienda Pública, y aunque estas personas se hayan declarado defensores de lo público y se llenen la boca en su defensa de unos servicios prestados por la Administración, cuando el deber de contribuir no es general, sino individual y cargado en sus espaldas, ven a los mensajeros de la mala noticia que es la liquidación como la encarnación del mal en la tierra; seguro que tampoco ayuda que la norma tributaria sea complicada, las estrategias para ahorrar impuestos más complicadas aún, y la tarea de desentrañar la madeja para determinar la deuda a pagar un ejercicio de fe y voluntad.

Sea por lo que sea, opiniones como las que se recogen en ese documental se repiten, una y otra vez, ante la opinión pública, de forma que uno ya no sabe si forma parte de las terribles Stasi y KGB, espiando a sus ciudadanos para perseguir un delito, más imaginario que real. Creo que trabajamos para que haya escuelas, hospitales y autopistas; desde luego no es culpa nuestra que los políticos quemen el dinero en todo tipo de tropelías y desatinos, en vez de servir a esos loables destinos. Pero esa es otra cuestión que no nos ocupa hoy.

Desde luego, hay errores, incluso disparates jurídicos salidos de la Administración; con alguno me topé durante los años en los que trabajé en un Tribunal Económico-administrativo, incluso que, seguro, habrá existido quien haya obrado de mala fe contra un contribuyente, sea por manía personal o por ser el contribuyente una persona señalada; pero son, como los que me han defraudado, los menos, seguro.

En todo caso, la reflexión que me planteo es como ese grupo de excelencia profesional puede haber caído, aunque sea en el ejercicio de una función de la que nadie gusta ser paciente, pero que es tan necesaria, en tal grado de aborrecimiento popular. Es cierto que, como me dice mi compañero y amigo Nico, no tenemos un trabajo para hacer amigos, pero sigo dándole vueltas.

Pondré un ejemplo. Como tantos compañeros he tenido que comprobar alguna operación acogida al régimen especial de reestructuraciones. Como sabemos, dicho régimen especial no puede aplicarse cuando no existan “motivos económicos válidos”, concepto jurídico indeterminado donde los haya, a pesar del notable esfuerzo que realiza la DGT para concretar posibles motivos válidos para estas reestructuraciones. Sabido también es que la jurisprudencia ha precisado que tales motivos económicos se deben apreciar desde el punto de vista de las sociedades en las que se realizan las operaciones cuestionadas, y no desde la perspectiva de los socios de las mismas que participan en estas.

Pues bien; no puedo estar más en desacuerdo con la citada jurisprudencia. Desde mi punto de vista, es fácil entender que, en algunas de las operaciones acogidas al régimen, la sociedad que las realiza es el sujeto activo de la misma y que, por tanto, la operación puede y debe incidir directamente en su actividad: una fusión o una escisión cumplen con esta circunstancia. En consecuencia, la exigencia de la jurisprudencia a la que antes aludíamos tiene un sentido pleno. Sin embargo, en otras ocasiones, la sociedad es el mero objeto de la operación, de hecho, ni siquiera me atrevo a decir que las realiza, y el mero hecho del cambio de titularidad de sus acciones en nada influye, por si mismo, en la actividad de la sociedad. La aportación no dineraria o el canje de valores, incluso una escisión financiera, serían un ejemplo de ello. Resulta evidente que demandar que la actividad del objeto de la operación quede afectada por ésta es exigir un imposible, con lo que tales operaciones nunca podrían acogerse al régimen. Sin embargo, el legislador, que tiene una voluntad muy difusa, aunque todos nos empeñamos en buscar y encontrar, ha incluido tanto las aportaciones no dinerarias como los canjes de valores entre las que pueden acogerse al régimen de reestructuraciones, lo cual sería un absurdo si uno de los requisitos que las operaciones deben cumplir nunca lo pueden alcanzar; especialmente cuando tal requisito no está especificado en la ley, sino que es fruto de una interpretación de la misma, que, por lo que acabo de argumentar, juzgo errónea.

Ahora bien, que yo no esté de acuerdo con la citada jurisprudencia, aunque sea de una forma razonada, y aunque nadie me haya ofrecido nunca un argumento que sirva para despreciar lo que acabo de señalar, carece de cualquier valor cuando estoy en mi desempeño profesional. El criterio administrativo es el que es y cuando, como funcionario al servicio de la Hacienda, aplico el derecho, sigo escrupulosamente este criterio, como no puede ser de otra forma.

Esta interpretación monolítica es, muchas veces, la fuente del disgusto contra la Inspección. Es frecuente oír la queja de que llegamos a una comprobación con una idea preconcebida, que escuchamos poco y que no atendemos a las numerosas quejas y explicaciones sobre la particularidad de una operación que, francamente, se ha repetido mil veces. Sin embargo, a mi modo de entender, esta “tozudez” de la Inspección es una garantía para el ciudadano, que no se ve sometido a las veleidades de un actuario, aunque razone los motivos de su criterio, sino que tiene que ser tratado siempre igual. Eso sí, una vez se ha puesto en marcha el engranaje de la Administración, resulta casi imposible frenar su inercia que arrasa con todos los obstáculos.

Aunque me encanta el gran clásico de Fred Zinnemann “Solo ante el peligro”, no creo en un inspector “Gary Cooper” que, por muy armado de buenos argumentos jurídicos que esté, vaya a frenar a la banda de Miller que es la AEAT en marcha. Además, lo más normal es que Gary Cooper esté equivocado o sea un “conspiranoico”, y que la banda de Miller solo sea un villano para algún contribuyente poco honrado que no ha cumplido debidamente y esté acompañado por un hábil asesor que haya alterado la realidad al gusto del cliente de turno.

Ahora bien, que exista un criterio establecido no supone que debamos dejar de reflexionar sobre el mismo; que la interpretación haya ido en una dirección no significa que no existan otros argumentos, que hayan podido ser descartados, y que podrían ser reconsiderados.

Y aquí es donde creo que debe entrar la Asociación. En dos entradas anteriores defendí, sucesivamente, la tarea individual de contribuir al estudio del fenómeno tributario y la tarea conjunta de examinar la ordenación y razonabilidad del sistema tributario en su conjunto; hoy lo que quiero reivindicar es que la Asociación debe ser también un punto de examen y reflexión sobre la aplicación del sistema tributario.

Una vez al año, en fechas que, por cierto, ya se aproximan, nos reunimos en el Congreso anual de la Asociación y se examinan muchas cuestiones interesantes como las que estoy comentando. Sin ir más lejos, el año pasado, en una edición marcada por el COVID y que tuvimos que seguir por vía telemática muchos compañeros, entre todas las actividades desarrolladas, destacó la mesa redonda sobre las entradas de la Inspección con autorización judicial. Sea cuál sea el juicio que cada uno haga de la nueva línea jurisprudencial, no cabe duda que, después de muchísimos años, se ha dado una nueva vuelta de tuerca a las entradas domiciliarias, cuestión que incide directamente en nuestro trabajo y sobre la que se debe reflexionar, debatir y ofrecer una opinión profesional.

Pero no solo una vez al año…

Comentando con nuestra delegada en Valencia, Teresa, la primera entrada que hice hace algún tiempo sobre posibles desarrollos de la Asociación le anuncié que me habían salido varios temas que había tenido que dejar para posteriores entradas del blog. Abandoné el tema del acceso al Cuerpo, que, por una razón evidente, de nombre Sandra, me interesaba muchísimo, y que nuestra compañera Ana de la Herrán trató de manera magistral y mucho más neutral de lo que yo habría podido. Cierro, pues, la “trilogía”; pidiendo en mi nombre y en el de tantos compañeros que busquemos la formas de desarrollar la Asociación y nuestra profesión, que cada uno elija la que más le vaya, como yo he elegido colaborar con el blog, pues estoy convencido que redundará en un beneficio de todos y para todos.

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