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Reforma fiscal, recaudación y desempleo

El escenario es claro: las finanzas públicas de nuestro país atraviesan una situación delicada y hay que aumentar los ingresos tributarios cuanto antes. Los niveles de déficit público y deuda pública acumulada así lo aconsejan, tanto si nos lo exige la Unión Europea como si no.

Lo que no está tan claro es que, para aumentar los ingresos tributarios, sea necesaria una reforma fiscal en profundidad. Si el agujero de nuestra situación financiera se debiera a un sistema fiscal obsoleto, la solución sería, efectivamente, reformarlo; sin embargo, el motivo principal actual de la escasa recaudación tributaria y del elevado gasto público es muy sencillo: al cierre del año 2019, antes incluso de la pandemia, teníamos 3.191.900 parados (datos EPA del INE); al cierre del año 2020 están sin trabajo 3.888.000 parados más 755.000 personas en ERTE. Es decir, que de los 23 millones de españoles que integran la población potencialmente activa, tenemos desocupados a 4.643.000 (el 20%). Obsérvese, además, que, la gran mayoría de estos desempleados, no solo no generan ingresos tributarios, sino que son beneficiarios de ayudas sociales. Dar empleo a un parado, por tanto, mejora la recaudación fiscal y alivia el gasto público simultáneamente.

En consecuencia, dado que el objetivo es recuperar la recaudación, pienso que el medio más eficaz, y probablemente el más rápido, es centrarse en adoptar las medidas para reactivar el mercado laboral y el crecimiento económico de inmediato. Pensemos, además, que subir o bajar impuestos puede hacerse en poco tiempo, pero una reforma fiscal primero hay que diseñarla, después implantarla, y finalmente dejar que surta efecto, lo que nos ocuparía cerca de dos años (de hecho, al comité de expertos convocado para esta reforma se le ha dado un plazo de un año para presentar su diseño).

No obstante, con la teoría económica en la mano, qué duda cabe que una reforma fiscal puede contribuir a esa reactivación y creación de empleo, siempre que se acierte con ella. Al decir que hay que acertar, me refiero a que, cuando la comunidad internacional ha estado de acuerdo en utilizar la política monetaria de manera expansiva (inyectando dinero casi gratuito), igual que la política presupuestaria (con generosas ayudas de dinero público), puede resultar contraproducente que la política fiscal se oriente de manera contractiva (subiendo impuestos o creando figuras tributarias nuevas). Por eso, hay que empezar teniendo claro qué es lo que se pretende con la reforma, y estudiar cuál es la manera más adecuada de lograr el objetivo. En nuestro caso, el objetivo más urgente es aumentar la recaudación. Por supuesto, existen otros objetivos sobre la mesa, como puede ser aumentar la progresividad del sistema para hacerlo más justo, o la implantación de la fiscalidad ecológica. Todo debe ser considerado.

Llegados a este punto, es importante tener una orientación básica de nuestro sistema fiscal. En el año 2019 los ingresos procedentes de los tributos del conjunto de las Administraciones Públicas fueron los siguientes:

Como vemos en la tabla, nuestro sistema fiscal cuenta con dos figuras muy potentes, que son el IRPF y el IVA, y un conjunto de tributos variados de escaso poder recaudatorio individual (acaso podemos salvar también el Impuesto sobre Sociedades). En consecuencia, si necesitamos potencia recaudatoria, es mejor que nos centremos en estos dos impuestos. La diferencia fundamental entre ambos es que el IRPF grava la renta y el IVA el consumo.

Cuando en un país flaquea el Producto Interior Bruto, y cuenta con una cifra de desempleados que ronda el 20% de la población activa, no es buena idea gravar la renta. Me explico: Todos aquellos que presentamos la declaración de la renta sabemos que la base imponible del IRPF representa lo que ganamos (tras descontar ciertos gastos y algunas reducciones), y que el tipo de gravamen indica lo que nos toca pagar. Por tanto, los ingresos de la Hacienda Pública dependen tanto de la amplitud de las bases imponibles como de los tipos de gravamen. Lo más importante para recaudar es que haya buenas bases imponibles. El ejemplo de llevar las cosas al extremo no deja lugar a dudas: si durante la pandemia un trabajador o autónomo, que antes tributaba al marginal del 35%, se ha quedado sin ingresos, por cerrar el negocio que le ocupaba, le da igual que subamos el tipo de gravamen al 40%, porque el 35% de cero es cero y el 40% también. En consecuencia, llegamos a la misma conclusión que expuse al principio de este artículo: cuanto antes saquemos a la gente del paro, antes se recuperará la recaudación tributaria, sin necesidad de tocar los tipos de gravamen.

En el caso del IVA sucede lo mismo: cuanto antes se reactive el consumo, mejor. Pero con el 20% de la población activa sin obtener apenas ingresos, y el resto con los ingresos minorados, o ahorrando por temor al futuro, es difícil que haya consumo. Y en el Impuesto sobre Sociedades, otro tanto de lo mismo: si las empresas no ganan dinero, da igual que les subas el impuesto. El discurso con el resto de las figuras tributarias no deja de ser diferente: subir el Impuesto del Patrimonio, el de Sucesiones y Donaciones, el del diésel, o crear la tasa Tobin, sigue suponiendo cobrar más a la gente.

En definitiva: lo que más hace crecer la recaudación tributaria, no es elevar los tipos de gravamen efectivos, sino aumentar las bases imponibles sobre las cuales se aplican dichos tipos. Por eso, si queremos que nuestra reforma fiscal logre el objetivo de aumentar los ingresos, la premisa principal es que debe fomentar la reactivación de la economía y reducir el desempleo.

Teniendo clara esta idea, se puede pasar a estudiar otros muchos asuntos interesantísimos a la hora de afrontar una reforma fiscal seria: la tributación medioambiental, mejorar la progresividad, la lucha contra la economía sumergida y el fraude, la cuestión de la complejidad tributaria a que nos ha llevado la tributación estatal, autonómica y local, la armonización o el federalismo fiscal, etc. Cada uno de estos elementos da para escribir otro artículo. Pero háganme caso: no compliquemos los impuestos más de lo que están, y centrémonos en acabar con el paro; ya verán cómo lo agradecen las arcas públicas.

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Jose Bescós Cano

Inspector de Hacienda del Estado, Delegación Central de Grandes Contribuyentes

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